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Un voto emocional

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José Félix Lafaurie Rivera -@jflafaurie

Nuestro plebiscito cada día se parece más al revocatorio de la vecindad, pero al contrario. El venezolano, el Gobierno está tan seguro de perderlo, que no ha hecho sino obstaculizarlo a toda costa. El nuestro, el Gobierno está tan seguro de ganarlo gracias a sus condiciones a la medida y su publicidad engañosa, que le sigue apostando a ensillar antes de traer las bestias, con show internacional y comisiones multilaterales de verificación funcionando desde hace rato, como si el país ya hubiera dicho SÍ.

El de Venezuela, la oposición busca ganarlo para restaurar la libertad y las instituciones democráticas, venciendo en las urnas al Socialismo Bolivariano del Siglo XXI que las cercenó. El nuestro, la oposición busca también ganarlo, pero para evitar que esa libertad que hoy disfrutamos y esas instituciones democráticas, perfectibles pero vigentes, sean cercenadas en manos de quienes no pudieron hacerlo por las armas y hoy pretenden lograrlo desde adentro, instaurando el mismo Socialismo Bolivariano.

Del otro lado de la frontera, la comunidad internacional apoya abiertamente a la oposición en sus propósitos de restaurar la democracia venezolana. De este lado, esa misma comunidad internacional cambia de sombrero para apoyar al Gobierno en su claudicación disfrazada de paz, y asiste gozosa al que puede ser el comienzo del fin de la democracia colombiana.

Los venezolanos, si los dejan, darán masivamente el voto pragmático y realista que se desprende de la angustia, la necesidad y el hambre. Los colombianos –no todos, afortunadamente–, si nadie lo impide –y nadie lo hará porque vivimos en democracia– darán un voto emocional y manipulado por la propaganda oficial.

Votarán por la paz, un bien supremo y un derecho que no puede ser sometido a votación, como lo dejó claro la Corte Constitucional, a pesar de lo cual el Gobierno hizo “lo que se le dio la gana”, con una pregunta amañada por un acuerdo dizque para el fin del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera.

Me da grima ver la propaganda oficial de una ama de casa afirmando, sin dudar, que con el SÍ se acabarán el narcotráfico y la minería ilegal, o a un campesino con cara de convicción, diciendo que, ahora sí, llegará el progreso al campo porque se acabará la violencia, como si la violencia no hubiera surgido, más bien, porque los gobiernos no llevaron progreso al campo y lo abandonaron a su suerte.

Votarán de buena fe por el SÍ, “porque a la gente le gusta la paz”, como dijo Romaña con lucidez pambeliana.

Y porque le gusta la paz, la gente permitirá con su voto que los perpetradores de crímenes de lesa humanidad queden impunes, porque una pena de mentiras es una amnistía de verdad. Porque a la gente le gusta la paz, esos mismos criminales recibirán gratis una representación popular que nadie les ha otorgado y que no merecen.  Porque le gusta la paz, la gente deberá creer que las Farc nunca han sido narcotraficantes, no tienen dinero ni han despojado tierras, y entonces los mentirosos son la Policía Nacional, la DEA, la Interpol y la justicia colombiana, que lo han probado más allá de toda duda.

Porque a la gente le gusta la paz, votará sin leer, como cierto expresidente del Congreso y como recomiendan muchos ilustres. Para qué, si es por la paz. Votarán, como en la canción de Shakira, ciegos frente a la realidad venezolana, sordos a las advertencias, y mudos por el ruido de una propaganda absorbente y melosa.

Pero no hay parranda sin guayabo.  Si lo sabrán los ingleses.
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