José Félix Lafaurie Rivera -@jflafaurie
El 20 de junio el país amaneció por primera vez con presidente de izquierda, decisión electoral que debe ser acatada, pues los demócratas no podemos serlo solo cuando el dictamen de la democracia nos favorece.
El presidente electo es Gustavo Petro y alrededor de esa realidad debe concentrarse la sociedad para que, en la medida de lo posible y de los propósitos del nuevo gobierno, el país no se detenga.
En estos días he recordado uno de los consejos sencillos -la sabiduría siempre es sencilla- de Álvaro Gómez Hurtado: “A la gente hay que creerle”. De hecho, él lo hizo cuando aceptó presidir la Constituyente del 91 con un miembro del grupo ilegal al que perteneció el presidente electo, el M-19, que lo había secuestrado años atrás.
“A la gente hay que creerle”, y Petro, así como se comprometió con la Reforma Rural Integral del Acuerdo con las Farc, que calza con su posición sobre la tierra y el Desarrollo Rural, temas sobre los cuales discutimos hace años para constatar que teníamos visiones diferentes, pero coincidíamos en el objetivo de recuperar el campo y su potencial como factor de desarrollo, también ha hecho un llamado a concertar.
En efecto, Petro, que tomó prestado de Álvaro Gómez su “Acuerdo sobre lo fundamental”, ha proclamado que su gobierno será de concertación…, y “a la gente hay que creerle”.
La democracia no es unidad ni unanimismo, y por ello el disenso es su elemento esencial, para construir, a partir de visiones encontradas, nuevos consensos en beneficio del bienestar general.
Coincidimos en que el campo concentra la pobreza y, aunque disentimos en las causas y las soluciones, nos une la urgencia de cerrar la brecha con la Colombia urbana y potenciar el campo como generador de riqueza a partir de la producción de alimentos, aprovechando las ventajas del trópico y la condición de potencia hídrica y biodiversa.
Coincidimos en que la industrialización es necesaria, pero no es nuestro potencial, frente a países con 200 años de Formación Bruta de Capital Fijo desde la Revolución Industrial, y con delantera inalcanzable en Ciencia y Tecnología. La vocación agropecuaria de Colombia no es una frase, sino una gran oportunidad.
Coincidimos en gravar la tierra improductiva, pero tenemos grandes diferencias sobre el concepto de productividad, que solo se fija en el tamaño y desconoce la condición de actividades como la ganadería y las carencias de infraestructura para la producción agropecuaria, frente a las cuales la ganadería es más adaptable.
Al final, si la actitud es de concertación, Fedegán está dispuesto a confrontar visiones y buscar consensos frente a un objetivo común; con independencia, respeto y dignidad; sin perder de vista los derechos y expectativas de los ganaderos, pero atendiendo el consejo de quien fuera mi mentor: “A la gente hay que creerle”. Y ahí estaremos.