Juan Lozano
Cuando el Gobierno es popular, ser el candidato oficialista representa una gran ventaja electoral. Juan Manuel Santos le debe su primera elección al habilidoso disfraz de candidato uribista, que le permitió recoger los votos necesarios para derrotar la poderosa ‘ola verde’, que casi lleva a Mockus a la Casa de Nariño. Pero cuando el Gobierno y el presidente en ejercicio son muy impopulares, llevar el rótulo del continuismo puede convertirse en un yunque capaz de hacer naufragar cualquier campaña.
Así las cosas, no es fácil saber si ser el candidato de Santos es más lo que resta que lo que suma. Aunque pueda ayudarle a cuadrar a los parlamentarios de la ‘mermelada’, arrancar campaña con Santos en el 20 por ciento de favorabilidad a cuestas y con perspectivas de seguir empeorando no es cosa sencilla.
Quizás esté dispuesto a hacerlo el embajador en Washington, Juan Carlos Pinzón, que es Santos mismo, habla como Santos, procede como Santos, se comporta como Santos. Es, con todos sus defectos y virtudes, su discípulo favorito y su leal escudero.
Humberto de la Calle, hombre con larga trayectoria pública, mira también hacia la Casa de Nariño desde la tribuna que le brindó Juan Manuel Santos. Aunque su acuerdo de paz (el inmejorable, según decía) fue derrotado por los colombianos, él se mantiene en la puja con precario registro en las encuestas.
De la Calle quiere lograr la pirueta imposible de ser el candidato de Santos para la paz, pero criticando al Gobierno por sus tempranos errores en la implementación de los acuerdos. Ser y no ser al mismo tiempo. Quizás por eso, el De la Calle precandidato reclama hoy por lo que el De la Calle negociador no fue capaz de conseguir en la mesa.
Juan Fernando Cristo cuenta con apoyo de muchos congresistas liberales. Habrá que ver cuánto le dura cuando deje el cargo. Por lo pronto, se ha dedicado a la fabricación del suntuoso conjunto de cortinas de humo de la reforma política, cuidadosamente ornamentado para apartar al Gobierno del remolino de Odebrecht y distraer a la opinión pública con un engendro sin pies ni cabeza que pretende neutralizar a quienes les ‘picaron en punta’ en la lucha anticorrupción. A estas alturas, Cristo es un político hábil, de precario registro en encuestas, pero muy cercano al Presidente y con fuerte influencia en estos escenarios.
Clara López pretendió sin éxito tener un pie en el Gobierno y otro en la oposición. Y aunque le tocó explicar que por primera vez el salario mínimo se fijó no solo por debajo de lo que reclamaban sus examigos sindicalistas, sino también por debajo de lo que estaban dispuestos a pagar los empresarios, Clara es una mujer preparada e inteligente que siempre encuentra escenarios de resurrección en la izquierda, así tenga el logo de Santos estampado en la frente.
Con cualquiera de estos cuatro candidatos, Pinzón, De la Calle, Cristo y Clara, creo yo que el Presidente se sentiría a gusto. Creo que serían sus favoritos. Pero el problema se torna complejo porque ninguno de los cuatro hoy parece tener elegibilidad. Ni siquiera para lograr el cupo a segunda vuelta.
Así, solo le queda a Santos una carta con posibilidades: Germán Vargas Lleras. Pero el Vicepresidente, maltratado por sus compañeros de gobierno, no es ni obsecuente adulador del nobel ni, mucho menos, testigo mudo de las embarradas gubernamentales.
Dilema grande para Santos: ¿se la jugará por uno de sus favoritos? ¿Hará la improbable apuesta de que alguno crezca y gane el tiquete para segunda vuelta? ¿Acompañará a Germán Vargas o lo soltará, a riesgo de que reciba apoyos de sectores de la oposición que lo lleven a la presidencia? ¿Permanecerá neutral, rezando para que no gane ninguno de sus opositores radicales? ¿Se preparará para un retiro en el extranjero, lejos de la tormentosa política colombiana? Hagan sus apuestas.