Por: José Félix Lafaurie Rivera @jflafaurie
Grandes decisiones de Política Exterior se acumulan peligrosamente. En el entretanto, la opinión pública y en especial la clase dirigente no quiere mirar con atención el complejo vecindario que ha emergido en América Latina. En el hemisferio, las otrora democracias dieron un paso al costado y hoy exhiben neopopulismos con síntomas de anarquía y totalitarismo. Un fenómeno que muchos asocian a la configuración de puntas de lanza de regímenes extremistas, un rencauche de la Guerra Fría o el avance del Foro de Sao Pablo. Por supuesto, el Gobierno Nacional parece más dispuesto a permitir la intromisión en nuestros asuntos internos -el desenlace de los diálogos de La Habana depende más de Cuba y Venezuela que del propio Gobierno- o la reciente violación de la soberanía, antes que enfurecer a nuestros nuevos “mejores amigos” en la región o ponerle coto a sus pretensiones expansionistas territoriales o ideológicas.
Quizás por ello, hoy miramos impávidos la indefinición del litigio limítrofe con Nicaragua y la inactividad jurídica ante la Corte de La Haya, a más de un año de su lesiva decisión; o, la incontestada nota de protesta, tras el sobrevuelo ilegal de aviones de guerra rusos. Y mucho más, la dinámica que han tomado los reiterados permisos para misiones militares, procedentes de la “nueva cortina de hierro” que se intenta imponer en la región. Hasta ahora, nada sabemos sobre el cargamento ilegal de armas fletado por Cuba en el buque norcoreano retenido en Panamá, pese a los rumores de su desembarco en la frontera ecuatoriana.
Insisto: Nos convertimos en simples observadores de la reconfiguración geopolítica de la región y de la progresiva penetración militar de China, Rusa e Iran. Nada hay de casualidad. Los países del Alba escalan la carrera armamentista y de cooperación en temas de seguridad con potencias ajenas y distantes. América ya no es de los americanos: sentenció el Secretario de Estado, Kerry. Nadie está midiendo los riesgos. No hay un gobierno consiente para exigir y reclamar explicaciones, de la misma manera como Chávez lo hizo cuando Colombia firmó el Acuerdo con Estados Unidos para el uso de 7 bases militares. Un aliado estratégico que ahora firma convenios de cooperación con Nicaragua para patrullar el mar territorial de Colombia, junto con la Armada rusa, para combatir el narcotráfico en la región.
Hay analogías que sirven para ilustrar la coyuntura. Churchill en su discurso en Fulton, Missouri, de 1946, decía: “ha caído sobre el continente un telón de hierro (…) No creo que deseen la guerra. Lo que quieren, son los frutos de la guerra y la expansión indefinida de su poder y de sus doctrinas. (…) Pero las dificultades y peligros no desaparecerán porque cerremos los ojos…”.
Eso, suponiendo que se trata de un desliz en el manejo de nuestra improvisada Política Exterior. Aunque una segunda hipótesis puede llevarnos a preguntar, sí estamos caminando hacia un gobierno más comprometido con ideologías “foráneas”, por temor a enfrentarlos o porque participa de ellas. Un escenario que supone la presencia de una izquierda continental con una propuesta ideológica articulada. Una izquierda como la que no existía en el país y que puede lograr desde la democracia lo que no pudo por las armas. No sobra advertir como las FARC felicita desde La Habana al Gobierno de Nicaragua a propósito del fallo de la Corte Internacional de Justicia sobre San Andrés.
Los partidos de izquierda tienen derecho a hacer política. No faltaba más. Lo que preocupa son sus alianzas con el Foro de Sao Pablo o incluso con regímenes más extremistas y de prácticas abiertamente antidemocráticas. Pero, independientemente de cuál sea la realidad, sabemos que no vamos bien y que mientras nuestra clase dirigente se abanica distraída en las poltronas centralistas de Bogotá, un nuevo fantasma recorre el hemisferio y amenaza con hacerse al poder mientras un Gobierno ausente, subyugado y lerdo mira a distancia y por encima del hombro.