Por: Edgar Castro C.
Es tanto lo que se ha escrito sobre el río Magdalena, que tengo el pálpito de que el título de éste artículo ha sido utilizado, para abordar el trillado tema, en muchos documentos o foros. Como, igualmente, lo que se busca es de interés comunitario dudo que haya alguien que reclame su autoría.
Cuando se toca el asunto, en lo primero que se piensa es en las inundaciones que se ocasionan por las avenidas del río y sus afluentes, por ser lo que mayor impacto ocasiona en la retina de los medios de comunicación debido a la amplia magnitud de los daños que afrontan quienes habitan sus riveras. Entonces, llegan las ayudas oficiales, con dineros que hasta ese momento nadie veía, para disponer de albergues, frazadas, mercados, reubicación de poblados… Y, eso sí, no se queda ningún funcionario público, por menor que sea su rango, en aparecer en la fotografía de la fecha, sin descuidar la calcada verborrea de rigor. Lo que sigue luego también es previsible: las quejas de los damnificados por los incumplimientos y las denuncias por los malos manejos de las platas destinadas para atender las emergencias. Si no hay inundaciones, por cualesquier razones meteorológicas, llega el olvido sobre los problemas de nuestra arteria fluvial y de quienes a diario conviven con ellos. Así, se ha repetido en el tiempo este círculo vicioso, actuando si, y solamente si ocurre una anegación.
“¿La culpa de los desbordamientos es verdaderamente del invierno?”. Con ese título, el ingeniero forestal y ecólogo, Jaime Enrique Herrán Oviedo, el 24 de diciembre de 1975, publicó un artículo en El Heraldo, que por los argumentos esbozados bien podría aparecer nuevamente mañana, sin quitarle una sola coma. Lo que señala Herrán no es ningún invento suyo, pues es conocido y tratado, desde tiempos remotos, por reconocidos expertos. Él indica, que el problema está circunscrito en un mal manejo de toda la cuenca hidrográfica del Magdalena. Para un mejor entendimiento de los lectores, una cuenca hidrográfica corresponde al área que encierra todas las zonas de escorrentía de las aguas superficiales que convergen hacia un mismo cauce, es decir que la integran todas las corrientes que al final van a llegar al afluente principal. En el caso del Magdalena, debe incluirse el río Cauca y las demás corrientes de agua como quebradas, caños y arroyos.
El manejo de una cuenca hidrográfica, requiere de la combinación de distintas disciplinas que involucren tanto los aspectos demográficos como el suelo, la vegetación, la fauna, los minerales y, si es del caso, las obras construidas en ese espacio territorial. Se infiere que esa gestión debe ser integral y no se puede limitar a un solo ente gubernamental sino a la coordinación de tareas por todos los involucrados, así las acciones puedan ser separadas por proyectos. Desarrollando, por ejemplo, actividades de reforestación para recuperar la masa boscosa y evitando las actividades que causan erosión, se evitaría que llegara al río parte de la superficie del suelo que se convierte en sedimentos de los cuales parte se acumulan en el fondo disminuyendo su profundidad.
Tengo en mis manos copia de la comunicación del 26 de mayo pasado, dirigida por Herrán Oviedo al Gobernador del Atlántico, con el único interés de poner su granito de arena sobre el asunto de marras. Esperando que en su condición de miembro de la directiva de CORMAGDALENA, se apersonara de esto antes de que ocurra la próxima inundación. Todavía está Herrán esperando por lo menos una respuesta de cortesía y, por lo que me ha manifestado, no busca que le otorguen contrato alguno, aunque, en mi opinión, de ser así, por lo que conozco de él, actuaría con el profesionalismo que lo caracteriza.