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Se Maduró la “petrodemocracia”

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José Felix LafaurieJosé Felix LafauriePor: José Félix Lafaurie Rivera

@jflafaurie


La crisis venezolana tiene visos de terminar en una implosión social de incalculables proporciones. La polarización social, tras los dudosos comicios que dieron la victoria a Maduro por un estrecho margen y su impugnación por parte de la oposición, dejan al nuevo gobierno en el incómodo terreno de una débil legitimidad. El impasse no sólo compromete la gobernabilidad para rescatar al país de la parálisis económica, sino que además, desnuda el régimen anti-democrático que operaba. Cayó la máscara y con ella crece el descontento popular, que ahora el oficialismo ataja infundiendo terror y acallando a golpes a la oposición, de mano de la “petrodiplomacia” hemisférica. Suficientes fermentos, para que Colombia sopese sus efectos.

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Han sido casi 3lustros de maduración del Socialismo del Siglo XXI. Chávez se cuidó de mantener los procesos electorales, como único pilar de fachada democrática, con resultados más o menos creíbles. Aunque las restricciones a las libertades públicas, la persecución política, la censura, la inexistente separación de poderes o la violación de los derechos humanos y de la propiedad, hacían evidente el camino hacia la dictadura. No obstante, la jornada del 14 de abril y los acontecimientos post-electorales, dieron el puntillazo final y, bajo el influjo de Cuba, crece la sombra del totalitarismo. 

La sucesión previa de hechos inconstitucionales, daban cuenta de la estrategia para asegurar la profundización del socialismo a cualquier precio, en la era post-chavista. Venezuela pasó de una situación de facto –pues Chávez nunca tomó juramento tras los comicios de 2012–, a la inhabilidad de Nicolás Maduro para asumir como presidente y, además, para fungir como candidato desde esa posición. Con otros ingredientes: acondicionó al electorado a sus preferencias con un ilimitado abuso del poder y demonizó a la oposición hasta el radicalismo, que cobra 3 golpizas contra sus diputados por reclamar el derecho a disentir en la Asamblea Nacional.

Tras una campaña vacía en propuestas –pero cargada de violencia verbal contra el candidato de la oposición, Capriles Radonski– y una cuestionada jornada en las urnas, no era de esperarse el reconteo de votos, reconocer el derecho a la protesta o cambiar el tono de insultos y amenazas. Pero si internacionalmente no se ha reconocido la forma como se ha desdibujado la democracia venezolana, menos aún el régimen acepta la papa caliente que se cocina al calor de la inflación, la creciente deuda externa, el desabastecimiento, la dependencia de importados y la pérdida de poder adquisitivo, entre otros factores, que caracterizan el panorama económico de nuestros vecinos.

No extraña entonces, la indigna salida de desviar la atención, con la teoría del complot para asesinar a Maduro por parte de paramilitares al servicio del expresidente Uribe. Un expediente muy recurrido del régimen cubano, para desviar a la opinión de los problemas internos. En consecuencia, más allá del malestar por la crisis de nuestros hermanos venezolanos, que nos aflige por igual a los colombianos, los hechos obligan a una reflexión sobre sus efectos para nuestro país y la región. Más, si se trata de un gobierno sin “personalidad” propia, un burdo continuismo del chavismo, cuya estrategia se basa en “comprar” la conciencia hemisférica, para legitimar desde afuera un gobierno ilegítimo e inestable.

Preocupa que desde nuestra orilla, falte contundencia para rechazar la destrucción de la democracia venezolana. Ahí está el tímido reclamo de nuestro gobierno, luego de la grave afrenta contra el expresidente Uribe. Nos preguntamos si Colombia va avalar un gobierno, que cada vez se parece más una dictadura y menos a una democracia. ¿Colombia es consciente del grave daño de tener en la región a una Venezuela no democrática y, al tiempo, con una situación económica y social explosiva? Son más de 5 millones de colombianos que residen allí, pero que podrían terminar como “refugiados” en su propia patria. La paz en Colombia pasa por una democracia real en Venezuela. Es hora de mirar la situación con más rigor y menos entusiasmo, por cuenta de los diálogos en La Habana que no van a ninguna parte. 

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