Por Edgar Polo*
El presidente Pastrana con deseos de paz y mucho de ingenuidad precipitó al país al ensayo de paz de El Caguán que constituyó el peor desastre político y social al final del milenio en Colombia.
Como consecuencia de esa apertura de piernas las Farc multiplicaron sus efectivos hasta unos 28 mil, incrementaron el secuestro, la extorsión y el tráfico de estupefacientes que los convirtió en el principal cartel de la cocaína en América. Razón de más tuvo el pueblo colombiano para elegir al Presidente Uribe quién con su plataforma de la Seguridad Democrática, la Confianza Inversionista y la prioridad de la Agenda Social recuperó al país por la senda del crecimiento económico -7.8% en 2007- como nadie había imaginado.
Las Farc, nuestro principal dolor de cabeza, vieron decrecer sus efectivos, al final del segundo mandato de Uribe, hasta unos 6.500 hombres quedando reducidas en número y absolutamente desconceptuadas en el contexto internacional.
No se explica, entonces, la decisión del Presidente Santos de iniciar un proceso de negociaciones en La Habana con una guerrilla agónica y cuando el mandato que recibió en las urnas era el de continuar una exitosa obra de gobierno que en materia económica y de orden público había mostrado logros indiscutibles. Hoy la el crecimiento marca un magro 4% y la guerrilla ha incrementado sus fuerzas en un 20%, que según declaración oficial se estima en 7.800 hombres.
Santos, quién a partir de ahora será el Doctor Justo Moderno según su eslogan de final de mandato, bien pronto abandonó su programa electoral para dar una serie de tumbos administrativos –reformas a la Educación, Justicia, obras públicas paralizadas, manejo desacertado y costoso de la problemática nacional –más de un billón de pesos- para conjurar transitoriamente paros de los cafeteros, camioneros, arroceros, etc. Totalmente desacertado, parece que en su paso en Europa por más de 10 por cuenta de los cafeteros lo aprovechó únicamente para el estudio de futuros del café porque de buen gobierno y Hacienda Pública nanay.
Sagaz y habilidoso, con el fin de tener una plataforma para su reelección, inició en forma subrepticia conversaciones de paz con las Farc, que si bien no estaban derrotadas, solo necesitaban solución de continuidad en la Seguridad Democrática y cambio de actitud por parte de Venezuela para llevarlas a su mínima expresión. Hoy, gracias al Doctor Justo Moderno, se han fortalecido, han recibido reconocimiento internacional, hacen proposiciones delirantes y se dan el lujo de exigir, para la terminación del conflicto, indulto, amnistía, garantías para su fortuna mal habida, reconocimiento político y, naturalmente, perdón y olvido por la ola de sangre y barbarie en que han sumergido a Colombia desde hace 50 años. Lo malo no es que lo exijan, sino que Justo Moderno exprese sin ambages que “la Justicia no puede ser obstáculo para el logro de la paz”, así como quién irresponsablemente le sirve de corifeo: el ‘supremo’ presidente de la Corte. No sorprende que algunos sacamicas del Congreso, lo mismo que señalados áulicos de la gran prensa se presten para semejante debacle institucional y social porque igual dirán que tampoco tiene sentido la verdad y la reparación a las víctimas.
Sin ejecutorias que mostrar y con una unidad política pegada con mermelada insistirá en un acuerdo en La Habana como única tabla de salvación para su aventura reeleccionista, embarcando al país en el peor de los mare mágnum. El que desconoce la historia está condenado a repetirla, reza el aforismo popular. Después de la ingenuidad supina de Pastrana solo cabe un acceso delirante de megalomanía que conduzca a la sociedad a la postración total.
Por Edgar Polo*
El presidente Pastrana con deseos de paz y mucho de ingenuidad precipitó al país al ensayo de paz de El Caguán que constituyó el peor desastre político y social al final del milenio en Colombia. Como consecuencia de esa apertura de piernas las Farc multiplicaron sus efectivos hasta unos 28 mil, incrementaron el secuestro, la extorsión y el tráfico de estupefacientes que los convirtió en el principal cartel de la cocaína en América. Razón de más tuvo el pueblo colombiano para elegir al Presidente Uribe quién con su plataforma de la Seguridad Democrática, la Confianza Inversionista y la prioridad de la Agenda Social recuperó al país por la senda del crecimiento económico -7.8% en 2007- como nadie había imaginado.
Las Farc, nuestro principal dolor de cabeza, vieron decrecer sus efectivos, al final del segundo mandato de Uribe, hasta unos 6.500 hombres quedando reducidas en número y absolutamente desconceptuadas en el contexto internacional. No se explica, entonces, la decisión del Presidente Santos de iniciar un proceso de negociaciones en La Habana con una guerrilla agónica y cuando el mandato que recibió en las urnas era el de continuar una exitosa obra de gobierno que en materia económica y de orden público había mostrado logros indiscutibles. Hoy la el crecimiento marca un magro 4% y la guerrilla ha incrementado sus fuerzas en un 20%, que según declaración oficial se estima en 7.800 hombres.
Santos, quién a partir de ahora será el Doctor Justo Moderno según su eslogan de final de mandato, bien pronto abandonó su programa electoral para dar una serie de tumbos administrativos –reformas a la Educación, Justicia, obras públicas paralizadas, manejo desacertado y costoso de la problemática nacional –más de un billón de pesos- para conjurar transitoriamente paros de los cafeteros, camioneros, arroceros, etc. Totalmente desacertado, parece que en su paso en Europa por más de 10 por cuenta de los cafeteros lo aprovechó únicamente para el estudio de futuros del café porque de buen gobierno y Hacienda Pública nanay.
Sagaz y habilidoso, con el fin de tener una plataforma para su reelección, inició en forma subrepticia conversaciones de paz con las Farc, que si bien no estaban derrotadas, solo necesitaban solución de continuidad en la Seguridad Democrática y cambio de actitud por parte de Venezuela para llevarlas a su mínima expresión. Hoy, gracias al Doctor Justo Moderno, se han fortalecido, han recibido reconocimiento internacional, hacen proposiciones delirantes y se dan el lujo de exigir, para la terminación del conflicto, indulto, amnistía, garantías para su fortuna mal habida, reconocimiento político y, naturalmente, perdón y olvido por la ola de sangre y barbarie en que han sumergido a Colombia desde hace 50 años. Lo malo no es que lo exijan, sino que Justo Moderno exprese sin ambages que “la Justicia no puede ser obstáculo para el logro de la paz”, así como quién irresponsablemente le sirve de corifeo: el ‘supremo’ presidente de la Corte. No sorprende que algunos sacamicas del Congreso, lo mismo que señalados áulicos de la gran prensa se presten para semejante debacle institucional y social porque igual dirán que tampoco tiene sentido la verdad y la reparación a las víctimas.
Sin ejecutorias que mostrar y con una unidad política pegada con mermelada insistirá en un acuerdo en La Habana como única tabla de salvación para su aventura reeleccionista, embarcando al país en el peor de los mare mágnum. El que desconoce la historia está condenado a repetirla, reza el aforismo popular. Después de la ingenuidad supina de Pastrana solo cabe un acceso delirante de megalomanía que conduzca a la sociedad a la postración total.
Por Edgar Polo*
El presidente Pastrana con deseos de paz y mucho de ingenuidad precipitó al país al ensayo de paz de El Caguán que constituyó el peor desastre político y social al final del milenio en Colombia. Como consecuencia de esa apertura de piernas las Farc multiplicaron sus efectivos hasta unos 28 mil, incrementaron el secuestro, la extorsión y el tráfico de estupefacientes que los convirtió en el principal cartel de la cocaína en América. Razón de más tuvo el pueblo colombiano para elegir al Presidente Uribe quién con su plataforma de la Seguridad Democrática, la Confianza Inversionista y la prioridad de la Agenda Social recuperó al país por la senda del crecimiento económico -7.8% en 2007- como nadie había imaginado.
Las Farc, nuestro principal dolor de cabeza, vieron decrecer sus efectivos, al final del segundo mandato de Uribe, hasta unos 6.500 hombres quedando reducidas en número y absolutamente desconceptuadas en el contexto internacional. No se explica, entonces, la decisión del Presidente Santos de iniciar un proceso de negociaciones en La Habana con una guerrilla agónica y cuando el mandato que recibió en las urnas era el de continuar una exitosa obra de gobierno que en materia económica y de orden público había mostrado logros indiscutibles. Hoy la el crecimiento marca un magro 4% y la guerrilla ha incrementado sus fuerzas en un 20%, que según declaración oficial se estima en 7.800 hombres.
Santos, quién a partir de ahora será el Doctor Justo Moderno según su eslogan de final de mandato, bien pronto abandonó su programa electoral para dar una serie de tumbos administrativos –reformas a la Educación, Justicia, obras públicas paralizadas, manejo desacertado y costoso de la problemática nacional –más de un billón de pesos- para conjurar transitoriamente paros de los cafeteros, camioneros, arroceros, etc. Totalmente desacertado, parece que en su paso en Europa por más de 10 por cuenta de los cafeteros lo aprovechó únicamente para el estudio de futuros del café porque de buen gobierno y Hacienda Pública nanay.
Sagaz y habilidoso, con el fin de tener una plataforma para su reelección, inició en forma subrepticia conversaciones de paz con las Farc, que si bien no estaban derrotadas, solo necesitaban solución de continuidad en la Seguridad Democrática y cambio de actitud por parte de Venezuela para llevarlas a su mínima expresión. Hoy, gracias al Doctor Justo Moderno, se han fortalecido, han recibido reconocimiento internacional, hacen proposiciones delirantes y se dan el lujo de exigir, para la terminación del conflicto, indulto, amnistía, garantías para su fortuna mal habida, reconocimiento político y, naturalmente, perdón y olvido por la ola de sangre y barbarie en que han sumergido a Colombia desde hace 50 años. Lo malo no es que lo exijan, sino que Justo Moderno exprese sin ambages que “la Justicia no puede ser obstáculo para el logro de la paz”, así como quién irresponsablemente le sirve de corifeo: el ‘supremo’ presidente de la Corte. No sorprende que algunos sacamicas del Congreso, lo mismo que señalados áulicos de la gran prensa se presten para semejante debacle institucional y social porque igual dirán que tampoco tiene sentido la verdad y la reparación a las víctimas.
Sin ejecutorias que mostrar y con una unidad política pegada con mermelada insistirá en un acuerdo en La Habana como única tabla de salvación para su aventura reeleccionista, embarcando al país en el peor de los mare mágnum. El que desconoce la historia está condenado a repetirla, reza el aforismo popular. Después de la ingenuidad supina de Pastrana solo cabe un acceso delirante de megalomanía que conduzca a la sociedad a la postración total.
Por Edgar Polo*
El presidente Pastrana con deseos de paz y mucho de ingenuidad precipitó al país al ensayo de paz de El Caguán que constituyó el peor desastre político y social al final del milenio en Colombia. Como consecuencia de esa apertura de piernas las Farc multiplicaron sus efectivos hasta unos 28 mil, incrementaron el secuestro, la extorsión y el tráfico de estupefacientes que los convirtió en el principal cartel de la cocaína en América. Razón de más tuvo el pueblo colombiano para elegir al Presidente Uribe quién con su plataforma de la Seguridad Democrática, la Confianza Inversionista y la prioridad de la Agenda Social recuperó al país por la senda del crecimiento económico -7.8% en 2007- como nadie había imaginado.
Las Farc, nuestro principal dolor de cabeza, vieron decrecer sus efectivos, al final del segundo mandato de Uribe, hasta unos 6.500 hombres quedando reducidas en número y absolutamente desconceptuadas en el contexto internacional. No se explica, entonces, la decisión del Presidente Santos de iniciar un proceso de negociaciones en La Habana con una guerrilla agónica y cuando el mandato que recibió en las urnas era el de continuar una exitosa obra de gobierno que en materia económica y de orden público había mostrado logros indiscutibles. Hoy la el crecimiento marca un magro 4% y la guerrilla ha incrementado sus fuerzas en un 20%, que según declaración oficial se estima en 7.800 hombres.
Santos, quién a partir de ahora será el Doctor Justo Moderno según su eslogan de final de mandato, bien pronto abandonó su programa electoral para dar una serie de tumbos administrativos –reformas a la Educación, Justicia, obras públicas paralizadas, manejo desacertado y costoso de la problemática nacional –más de un billón de pesos- para conjurar transitoriamente paros de los cafeteros, camioneros, arroceros, etc. Totalmente desacertado, parece que en su paso en Europa por más de 10 por cuenta de los cafeteros lo aprovechó únicamente para el estudio de futuros del café porque de buen gobierno y Hacienda Pública nanay.
Sagaz y habilidoso, con el fin de tener una plataforma para su reelección, inició en forma subrepticia conversaciones de paz con las Farc, que si bien no estaban derrotadas, solo necesitaban solución de continuidad en la Seguridad Democrática y cambio de actitud por parte de Venezuela para llevarlas a su mínima expresión. Hoy, gracias al Doctor Justo Moderno, se han fortalecido, han recibido reconocimiento internacional, hacen proposiciones delirantes y se dan el lujo de exigir, para la terminación del conflicto, indulto, amnistía, garantías para su fortuna mal habida, reconocimiento político y, naturalmente, perdón y olvido por la ola de sangre y barbarie en que han sumergido a Colombia desde hace 50 años. Lo malo no es que lo exijan, sino que Justo Moderno exprese sin ambages que “la Justicia no puede ser obstáculo para el logro de la paz”, así como quién irresponsablemente le sirve de corifeo: el ‘supremo’ presidente de la Corte. No sorprende que algunos sacamicas del Congreso, lo mismo que señalados áulicos de la gran prensa se presten para semejante debacle institucional y social porque igual dirán que tampoco tiene sentido la verdad y la reparación a las víctimas.
Sin ejecutorias que mostrar y con una unidad política pegada con mermelada insistirá en un acuerdo en La Habana como única tabla de salvación para su aventura reeleccionista, embarcando al país en el peor de los mare mágnum. El que desconoce la historia está condenado a repetirla, reza el aforismo popular. Después de la ingenuidad supina de Pastrana solo cabe un acceso delirante de megalomanía que conduzca a la sociedad a la postración total.
Por Edgar Polo*
El presidente Pastrana con deseos de paz y mucho de ingenuidad precipitó al país al ensayo de paz de El Caguán que constituyó el peor desastre político y social al final del milenio en Colombia. Como consecuencia de esa apertura de piernas las Farc multiplicaron sus efectivos hasta unos 28 mil, incrementaron el secuestro, la extorsión y el tráfico de estupefacientes que los convirtió en el principal cartel de la cocaína en América. Razón de más tuvo el pueblo colombiano para elegir al Presidente Uribe quién con su plataforma de la Seguridad Democrática, la Confianza Inversionista y la prioridad de la Agenda Social recuperó al país por la senda del crecimiento económico -7.8% en 2007- como nadie había imaginado.
Las Farc, nuestro principal dolor de cabeza, vieron decrecer sus efectivos, al final del segundo mandato de Uribe, hasta unos 6.500 hombres quedando reducidas en número y absolutamente desconceptuadas en el contexto internacional. No se explica, entonces, la decisión del Presidente Santos de iniciar un proceso de negociaciones en La Habana con una guerrilla agónica y cuando el mandato que recibió en las urnas era el de continuar una exitosa obra de gobierno que en materia económica y de orden público había mostrado logros indiscutibles. Hoy la el crecimiento marca un magro 4% y la guerrilla ha incrementado sus fuerzas en un 20%, que según declaración oficial se estima en 7.800 hombres.
Santos, quién a partir de ahora será el Doctor Justo Moderno según su eslogan de final de mandato, bien pronto abandonó su programa electoral para dar una serie de tumbos administrativos –reformas a la Educación, Justicia, obras públicas paralizadas, manejo desacertado y costoso de la problemática nacional –más de un billón de pesos- para conjurar transitoriamente paros de los cafeteros, camioneros, arroceros, etc. Totalmente desacertado, parece que en su paso en Europa por más de 10 por cuenta de los cafeteros lo aprovechó únicamente para el estudio de futuros del café porque de buen gobierno y Hacienda Pública nanay.
Sagaz y habilidoso, con el fin de tener una plataforma para su reelección, inició en forma subrepticia conversaciones de paz con las Farc, que si bien no estaban derrotadas, solo necesitaban solución de continuidad en la Seguridad Democrática y cambio de actitud por parte de Venezuela para llevarlas a su mínima expresión. Hoy, gracias al Doctor Justo Moderno, se han fortalecido, han recibido reconocimiento internacional, hacen proposiciones delirantes y se dan el lujo de exigir, para la terminación del conflicto, indulto, amnistía, garantías para su fortuna mal habida, reconocimiento político y, naturalmente, perdón y olvido por la ola de sangre y barbarie en que han sumergido a Colombia desde hace 50 años. Lo malo no es que lo exijan, sino que Justo Moderno exprese sin ambages que “la Justicia no puede ser obstáculo para el logro de la paz”, así como quién irresponsablemente le sirve de corifeo: el ‘supremo’ presidente de la Corte. No sorprende que algunos sacamicas del Congreso, lo mismo que señalados áulicos de la gran prensa se presten para semejante debacle institucional y social porque igual dirán que tampoco tiene sentido la verdad y la reparación a las víctimas.
Sin ejecutorias que mostrar y con una unidad política pegada con mermelada insistirá en un acuerdo en La Habana como única tabla de salvación para su aventura reeleccionista, embarcando al país en el peor de los mare mágnum. El que desconoce la historia está condenado a repetirla,
reza el aforismo popular. Después de la ingenuidad supina de Pastrana solo cabe un acceso delirante de megalomanía que conduzca a la sociedad a la postración total.