Al caer la tarde en Roma, aparecía por la chimenea de San Pedro el inconfundible humo blanco, la señal de que los cardenales ya habían elegido nuevo Papa. En el segundo día de Cónclave y tras apenas cinco votaciones, el segundo más rápido de la historia moderna, la Iglesia tenía ya al nuevo Sumo Pontífice, trece días después de que se quedara Vacante la Sede.
Sin embargo, hubo que esperar una hora para que en una abarrotada y enfervorizada plaza supiera quién iba a ser el pastor de 1.200 millones de católicos. Pasadas las ocho de la tarde, el cardenal protodiácono, Jean Louis Tauran, anunciaba el esperado «Habemus Papam» y procedía al nombramiento del nuevo Papa: Jorge Mario Bergoglio, que adopta el nombre de Francisco.
Este argentino, hasta ahora arzobispo de Buenos Aires, es el primer Papa procedente de Iberoamérica. Jesuita de 76 años, ya en 2005 se inscribió que en el Cónclave obtuvo varios votos frente a Ratzinger. Es el 266 de la Iglesia Católica y el primero perteneciente a la Compañía de Jesús.
Pocos minutos más tarde, el nuevo Papa salió al balcón para saludar a todos los presentes y posteriormente impartir la bendición Urbi et Orbi. Entre gestos de timidez, y vestido completamente de blanco, Jorge Mario Bergoglio, ahora, Francisco, se presentó ante la multitud en la Plaza de San Pedro del Vaticano y les solicitó. «Ahora quisiera dar la bendición, pero antes os pido un favor. Antes de que el Obispo bendiga al pueblo, os pido que vosotros recéis al Señor para que me bendiga. La oración del pueblo pidiendo la bendición para su obispo. Hagamos en silencio esta oración vuestra para mi»
