En los últimos tres años los desórdenes climáticos generaron un altísimo costo para las actividades rurales. En el caso de la ganadería alcanzó proporciones calamitosas. Ahora, con la inminencia de otro Niño, la sequía promete profundizar las afectaciones, a menos que adoptemos las providencias del caso. Sabemos que no será fácil. Pasa un mal momento el sector en medio de estrecheces, pérdidas económicas, sin infraestructura de producción, sin vías y con TLC que ya aprietan el bolsillo. Sin embargo, la situación podría ser peor, si no hacemos un esfuerzo en los meses que algo de agua caerá, antes de la vigencia del Niño.
El balance para la ganadería es diciente, si no hacemos la tarea a tiempo. El primer Niño resintió la producción de leche en 246 millones de litros y la de carne en 88 millones de kilos, con una pérdida de $462 mil millones. A su turno, la recurrencia de las dos Niñas ocasionó la muerte de 87 mil reses, el desplazamiento de 3.010.362 y la caída en la producción de 306 millones de lts/leche y 139 millones de kg/carne, con un efecto neto de $678 mil millones. Se suman, a este menor ingreso, los daños en más de un millón de hectáreas, cuyo restablecimiento de pasturas sobrepasa el billón de pesos.
Pero, además, sabemos que la calma no siempre llega tras la tempestad. Las obras de recuperación tras la ola invernal se anuncian, pero su ejecución es francamente frustrante. No se recobró la infraestructura de producción, no se sembraron las pasturas previstas y tampoco se repararon las carreteras nacionales y menos las terciarias. Para muchos ganaderos es incierta la suerte, pues parte de las tierras anegadas no se sabe cuándo recobrarán su producción, porque la inversión y el crédito no se irrigan en la cantidad y velocidad que requiere la destrucción que exhibe el campo. Así de simple.
Si bien el IDEAM dijo que El Niño no inhibirá las lluvias, en todo caso moderadas hasta noviembre, a partir de entonces inciará una sequía que podría extenderse hasta febrero o marzo de 2013. No obstante, no olvidemos que así empezó el pasado Niño y la sequía se prolongó hasta agosto. Este antecedente debe servir para que los ganaderos se decidan a sembrar productos ensilables como maíz, sorgos dulces o alfalfa y, al tiempo, aprovisionar heno y henolajes. Es una estrategia segura para paliar la sequía. Así lo hacen los países que deben resistir largos y crudos inviernos. Cultivan forrajes en temporadas de lluvias y guardan para cuando el frío y la nieve cubren el campo.
Es la enseñanza de la economía ganadera en los países ubicados fuera de los trópicos. Y es el único camino que debe recorrer la ganadería colombiana, si quiere sobrevivir y competir, considerando la impredecible recurrencia de lluvias y sequías y su impacto en sectores sensibles como el nuestro. Pero el esfuerzo que debe ir de la mano del Gobierno, teniendo en cuenta que en algunas zonas la oferta ambiental y agrológica limita las siembras y, en otras, donde es posible y necesario hacerlo, los recursos y las tecnologías no está cerca del ganadero.
Por esta razón, Fedegán propuso al gobierno, la adopción de un plan contingente para el verano –como lo hicimos para el invierno– para favorecer el almacenamiento, de tal manera que se puedan ofertar forrajes en forma oportuna y a costos razonables. Pero también para proveer semillas, crédito y tecnología a bajo precio, que permitan dar el salto cualitativo y la reconversión productiva de la ganadería. Sólo así, podemos evitar un mayor deterioro del sector, después del calvario climático y los problemas asociados con las crecientes importaciones de los tratados internacionales. Quien no lo haga: que le tema al Ni