Por Edgar Polo* – *edgarpolo.op@gmail.com
Como de costumbre, ese jueves Carlos Andrés González salió de su casa en Los Laches, hacia el Colegio Distrital Los Pinos en el centro de la capital donde cursaba el noveno grado y en el que gozaba de especial popularidad por sus condiciones de cantante de rancheras. Desafortunadamente por ir con zapatos tenis al colegio, fue devuelto por la autoridad disciplinaria del establecimiento quien no podía aceptar tamaña falta. Es posible que para ella sean más importantes los zapatos que la formación e instrucción académica.
Acto seguido, una hábil compañera valiéndose de subterfugios lo llevó hacia los cerros orientales de la Capital en donde en el Alto de la Cruz fue golpeado y apuñalado con sevicia por Álvaro y Francisco, de 16 y 18 años compañeros del mismo, quienes una vez cumplido su cometido procedieron a enterrarlo en una cueva del sitio, donde fuera encontrado una semana después. Las indagaciones de las autoridades condujeron a la confesión del menor de los dos, quién señaló a Álvaro Lombana de ser el autor material del homicidio. Al final, las pesquisas establecen que la niña de sólo14 años de edad fue la determinadora del crimen, que según parece obedeció a celos, envidias e intrigas.
No obstante la hemorragia de noticias sobre violencia que constituye cada día el desayuno de los colombianos, esta sobresale por la condición de infantes de los autores. ¿Cuál es la razón para que el corazón de unas criaturas anide tan bajas pasiones y pueda urdir semejante atrocidad?
Mientras esto sucede en Los Laches, a la sazón cursa en los juzgados de Paloquemao la audiencia de juzgamiento a Carlos Cárdenas, acusado del asesinato del estudiante Luis A. Colmenares en hechos sucedidos en el parque de El Virrey, exclusivo sector de la Capital, que involucran a Laura Moreno y Jessy Quintero y en los que la trama del misterio al estilo de A. Hitchcock, incluye testigos falsos, acusaciones, recusaciones, sobornos, tráfico de influencias y seguramente una danza de millones digna de mejor causa.
Dentro del maremágnum de violencia que nos sacude, alias “canalla”, acusado del asesinato de Carlos Medellín, hincha del Nacional en el momento de su captura con singular gravedad espetó: “ese marico me chispeó, era él o yo”. Hechos similares ocurrieron en otras partes del país, que inicialmente se adjudicaron al fútbol como si la competencia deportiva fuera generatriz de la violencia, nada más fuera de la realidad.
La conjunción de todos estos hechos contra la vida es el producto de una sociedad enferma en la que la Escala de Valores al igual que el Catecismo de Astete, la normas de urbanidad y las nociones de cívica hacen parte del glosario de lo arcaico. Las nuevas generaciones de todas las clases sociales, sin norte de ética y moral y asfixiadas por avalanchas de información y diversión en las que priman los temas corrupción, narcotráfico, violencia, dinero fácil -como las series de TV con que nos regala la parrilla de programación en los horarios familiares-, constituyen materia prima para los prototipos de asesinos que recrean las principales noticias de la información cotidiana. Plantear otras razones para este estado de cosas es buscar el ahogado rio arriba.